La gabardina de la talla equivocada

Rogelio Flores Zubillaga
2 min readApr 6, 2019

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Photo by Leonardo Yip on Unsplash

Como la mayoría de los sábados por la mañana, hoy hice pancakes para mi familia. Pero esta vez yo ni los probé. Mejor me comí los huevos a la mexicana que me sobraron de ayer. Si no lo hago, nadie en mi familia se los comerá y se echarán a perder. Y no le digan a nadie, pero prefiero los huevos con frijoles refritos y tortillas de harina hechas a mano que los pancakes. Claro, acompañados con jalapeños en vinagre.

Un buen desayuno siempre es bueno, pero hoy especialmente porque empieza la Conferencia General de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días la cual tiene 5 sesiones de dos horas cada una, y siempre contiene de los mejores mensajes que puedas escuchar. Es como las presentaciones de TED, pero mejor.

Mientras veía la primera sesión, disfruté mucho la siguiente historia. La compartió Brook P. Hales, que es miembro del Quórum de los Setenta.

Contó que él tiene un hijo que fue llamado a servir como misionero en París, Francia. Y mientras compraban la ropa para su misión — más que nada camisas blancas, corbatas, y trajes, no encontraron una gabardina de su talla. El empleado de la tienda de ropa en la que estaban les dijo que si ordenaban la gabardina de la talla del muchacho, en cuanto llegara la orden, mandarían el abrigo al Centro de Capacitación Misional (CCM) antes de que se fuera a París.

La gabardina llegó justo unos días antes de que el nuevo misionero dejara el CCM. Pero él ni siquiera se probó el abrigo, simplemente lo empacó. Después, cuando llegó el momento de usarlo en Francia, se dio cuenta de que no le quedaba; era muy pequeño. Se lo dijo a sus padres, quienes le mandaron dinero para que se comprara otro de la talla correcta. También le dijeron que regalara la gabardina de la talla equivocada a alguien que la necesitara.

Resulta que se la regaló a otro misionero. Lo que no sabía, es que ése misionero había estado orando para que pudiera de alguna manera obtener un abrigo. No tenía dinero para comprar uno. Era un converso al evangelio reciente y solamente había dos personas que lo apoyaban durante su servicio misional. Una era su madre, de escasos recursos. La otra persona era el ex misionero que le había enseñado el evangelio y que lo había bautizado.

Lo que parecía un error humano, en realidad era la obra de Dios. Nadie sabe para quién trabaja.

Esta bonita historia me recordó ésta otra historia de un abrigo y la caridad.

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Written by Rogelio Flores Zubillaga

I create web and mobile apps for a living. Play soccer for fun. Wish it were the other way around. I write about software, life, and the universe.

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